1. Mi primera vez

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Lo recuerdo bien, abordé el metro bajo un clima otoñal y portando un sweater naranja que podía ser todo menos discreto pues contrastaba de manera drástica con el color parisino por excelencia: negro. Era yo un puntito naranja en aquella masa negro-grisácea. Ahora que lo pienso debí haber sido algo así como una bofetada de color para las miradas poco habituadas, prometo que en mi próxima vida respetaré el código de vestimenta… Al entrar en el vagón, aquel olor me llegó directito a la naríz, era, sin bromear, como a «piecitos»; inmediatamente pregunté a mi acompañante, quien lleva tiempo viviendo en la ciudad de la luz, si percibía aquella delicada pestilencia, su respuesta fue: ¿cuál olor? En aquel momento me dije: “lo hemos perdido, su naríz se ha habituado”. Hoy, después de un rato de tomar el metro todos los días, lamento informar que yo también.

Meg


Crónicas del metro parisino

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No quiero perder nunca el asombro. Amo la capacidad de los niños pequeños para encontrar el lado maravilloso a las cosas simples.  Aquí mi anecdotario, meramente imprudente, del folklore en el transporte público por excelencia en ésta ciudad.

Para ustedes, sin censura, producto de mi ficción o mi realidad, las leyendas urbanas del metro parisino a través de los ojos de una nena: YO.

Meg


El mito de la inalcanzable feminista francesa

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Para nadie es novedad que una de las consecuencias que trajo la Primera Guerra Mundial a los países europeos  fue que la mujer cambiara “el delantal por el martillo” es decir, que a causa de que los hombres se encontraban en el campo de batalla, las mujeres pasaran del hogar a formar la principal fuerza de trabajo en fábricas, hospitales y en el campo, incorporándose así a la vida productiva, obteniendo después y a base de mucho esfuerzo el derecho al voto.

Tengo que confesar que antes de llegar a Francia, me apasionaba la idea que yo tenía de la mujer francesa: una fémina liberada, independiente, que deja a edad temprana el nido familiar, que habita con la pareja sin necesidad de estar casada, que paga la cuenta cuando un chico la invita a salir, que es una fiera en el terreno laboral, que espera hasta los 30 años para ser madre… una mujer siguiendo los ideales de Simone de Beauvoir y Coco Chanel… así era como yo imaginaba a la francesa promedio antes de vivir aquí,  pero debo decir que la ilusión en ocasiones dista de la realidad, y han sido diversas experiencias las que me han hecho cuestionar los hábitos de aquellas que nacieron en la cuna del feminismo.

Aquí comparto algunas de las apreciaciones en las que he caído en cuenta a lo largo de un año:

–          Las jóvenes francesas dejan el hogar familiar en promedio a los 17 años para habitar en otra ciudad (o seguir en la misma) con el fin de continuar los estudios o simplemente para buscar su propio espacio.

–          Muchas de ellas viajan al extranjero durante su adolescencia. Viajar expande los horizontes.

–          Todas se quejan (en mayor o menor medida) y dicen sin tapujos lo que quieren (aunque esta es una característica general de hombres y mujeres franceses).

–          Aunque ocupen la misma posición dentro de la empresa muchas mujeres no perciben el mismo sueldo que los hombres (en general es menos).

–          Como en todos lados, hay mujeres que escalan dentro de las organizaciones no necesariamente gracias a sus “habilidades profesionales”.

–          Las francesas en general, no pagan la cuenta de su pareja, el acuerdo puede ser “mitad y mitad” o aceptan sin problemas que se les invite.

–          Son contados los caballeros que ceden un asiento o el pase a alguna mujer en el transporte público. No hacerlo es lo que muchos hombres franceses consideran como “ser equitativos” (no así con los sueldos).

–          Cuando muchas se casan, pareciera que la primera tarea a hacer en su lista es cambiar su apellido de soltera: “nom de jeune fille” por el del marido “nom d’épouse”, mismo que las acompañará durante todo lo que les resta de vida (o hasta que el divorcio diga lo contrario) perdiendo así una parte de su identidad. He observado con desilusión que la gran mayoría realiza ésta práctica y eso en lo personal me genera conflicto.

–          Dicho por una francesa: “Si al llegar a los 30 años no estás casada ni con novio esa no la principal preocupación… pero sí la es embarazarse debido a que el tiempo del reloj biológico se está acabando y hay mujeres que se embarcan con el primero a la vista” (comentario que expresó en relación a su hermana).

–          Las francesas inteligentes planean sus embarazos, es decir: buscan que sus últimos meses de lo que ellas denominan grossesse sean diciembre, enero o febrero para pasar su periodo de incapacidad congés en casa. Lo cual es excelente ya que buscan protegerse del frío .

–          Las que tienen hijos y trabajan organizan su tiempo libre para poder atenderlos pero tienen que auxiliarse de las guarderías pues “las abuelas” no están para cuidar nietos.

Revoluciones más, movimientos menos, asociaciones, con pantalón o con minifalda, viviendo en unión libre, pacs , en matrimonio o solas, con o sin  depilar, cocinando o comprando comida congelada… las mujeres en Francia son como cualquier mujer moderna -del mundo-. Me llena de orgullo constatar que las mujeres mexicanas estamos también en la misma vía de cambio y de preparación, aunque de repente haya alguna atolondrada que no toma en cuenta los progresos obtenidos tras años de lucha y anda poniéndonos en evidencia a todas.

Quisiera dejar claro que ser feminista no significa fumar como enajenadas o hacer topless en cualquier superficie que tenga arena (o que no tenga). Ser feminista no se reduce a tener múltiples compañeros sexuales ni “sentirse defensora del propio cuerpo” sólo por poder abortar.

En lo personal, no me gustan los términos –machista o feminista- pero sí CREO en el respeto y en la idea de que antes de ser hombres o mujeres somos seres humanos y tenemos el derecho a la libertad y a ser felices sin importar la cultura a la que pertenezcamos.

Meg


Acabando con las fobias

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Nunca me han gustado las serpientes, ni las que se arrastran ni mucho menos las que andan en dos patas.

Escuché alguna vez que para perderle el miedo a algo hay que hacerlo, y aquí estoy yo, cual Salma Hayek en «Del crepúsculo al amanecer» con tal de perderle el miedo a estos viperinos animalitos… sólo les cuento que ¡sobreviví!

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Espero curarme de ti – Jaime Sabines

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Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: “que calor hace”, “dame agua”, “¿sabes manejar?”, “se te hizo de noche”…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”.)

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.


Primero otoño en París

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Los otoños parisinos son románticos, las hojas de los árboles pasan del verde intenso a diferentes tonalidades de amarillo, rojo y castaño antes de dejar las ramas de los árboles desnudas.

La temperatura comienza a tornarse más fría, se tiene la impresión de que los días se hacen más cortos debido a que comienza a oscurecer más temprano (alrededor de las 6 de la tarde), romance, melancolía y calor humano.

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De fineza y otras cosas…

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No se me da estereotipar gente. Sin la intención de cuestionar el gusto musical de algunos ni mucho menos con el afàn de etiquetar como sucede a veces: le gusta la banda… es borrach@, le gusta el pop… es fres@, le gustan las cumbias… es nac@, le gusta George Michael… mejor ni le busquemos 😛 A mi me gustan las cumbias desde mi tierna infancia y aquí contaré un poco cómo sucedió.

Creo firmemente que los gustos musicales reflejan algo de lo que somos en el alma, de nuestra manera de percibir el mundo. Cuando eres niñ@ dichas preferencias se desarrollan en gran parte de lo que se conoce, es decir, de lo que rodea el entorno en el que se crece, principalmente de la familia. En mi caso debo aclarar, que mis papás siempre han sido fanáticos de la música en inglés de los años 70’s y 80’s, y por lo mismo no cabían en su asombro cuando escucharon a su pequeña de 5 añitos cantar un poco de algún éxito cumbia de aquel entonces. ¿Cómo una pequeña que va en jardín de niños conocía canciones de la Sonora Margarita, Dinamita y derivadas?

La pregunta quedaba en el aire,¿lo aprenderá en la escuela? Descartado, está recluida estudia en un colegio de monjas… ¿con alguna amiguita? Negativo, son popis hasta la pared de enfrente ¿¿Entooncees?? Y la respuesta vino a oídos de mi madre una mañana al abrir la puerta de la camioneta que me llevaba a la escuela diariamente al sonido de “Caarmeeen, se me me perdió la cadenitaaa” ¡Bingo! la señora del transporte.

Efectivamente, la Señora de la Combi. Aquella buena mujer con excelente sentido del humor, vestida en pants deportivos como si la Van que conducía fuera una bici del Tour de France. Esa mujer maternal y cafre del volante al mismo tiempo, con sus cabellos canos y rizados sujetos en una cola de caballo y en cuyo rostro portaba unos lentes de tipo aerodinámico del color del arcoiris. Sí, la misma que conducía aquella Van Econoline de vidrios ahumados y decorada con un apache del Santos Laguna (la mascota del equipo de futbol de la región) y una torreta ámbar sobre el tablero gustaba de semejante ritmo musical…

Yo a mi corta edad era su copiloto en el trayecto de ida y vuelta a la escuela, de las primeras niñas que recogía y de las últimas que regresaba a casa porque vivía en lo que en aquel entonces, en materia de vialidad, se consideraba lejos.

Fue gracias a ella que conocí clásicos como: Que nadie sepa mi sufrir, Oye abre los ojos y… La parabólica. Hoy puedo decir que, después de todo éste tiempo y con el libre albedrío al 100%  de conciencia, me mantengo firme y orgullosa en mi gusto por éste género musical que considero tan bailable, cargado de ritmo, energía y que siempre me pone de tan buen humor cuando traigo la moral baja.

Sí, soy una mujer de contrastes, que gusta de Vivaldi, Enanitos Verdes, Juan Gabriel, Kenny G, Emmanuel, Queen, Donna Summer, Madonna entre muchos otros; pero, no puedo negar algo: también soy cumbianchera y recuerdo con cariño a la Señora del Transporte, a quien le mando un saludo hasta donde quiera que se encuentre.

Meg


Siempre puedes volver a empezar

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No sé si alguna vez en tu vida has sufrido un bloqueo creativo. Puede haber sucedido después de haber vivido un momento de mucha euforia (felicidad o quizás hasta depresión) o tras haber atravesado simplemente por alguna rachita de esas en las que la vida se parece  más que a otra cosa a un juego de tetris donde se empieza fácil pero cuyo nivel de complejidad va subiendo: hay que tomar decisiones rápidas, muchas piezas por acomodar…y zas! de pronto te sorprendes a ti mismo dejando de hacer las cosas que antes te gustaban tanto, postergando actividades y cambiando, como dice la frase, lo importante por lo urgente.

Fue más o menos algo así lo que me sucedió  mí. Sin saber cómo ni cuándo, de repente se me evaporaron las ganas, así es, las ganas de hacer algo que me apasiona y que estuve viviendo intensamente durante casi cinco años: ESCRIBIR.

Pasé mucho tiempo enfocada en la escuela, saliendo con mis amigos, entre los nervios que pasa un recién egresado durante su primera búsqueda de empleo. Me ocupé, me desocupé y me volví a ocupar. Cerré ciclos y empecé otros, cambié de país (y de continente) por seguir mi corazón y, aunque estoy contenta de todo lo que he hecho (y también de mis omisiones) de lo que sí de alguna manera me arrepiento es de no haber escrito en tanto tiempo, de no haberme dado el espacio para hacer algo que me apasiona y que es parte de mi esencia. Probablemente no estaba lista, pero ahora estoy aquí, ansiosa por empezar, por descubrir y sobre todo: lista para compartir un poco de mí.

Bienvenid@

Meg