Compañeros de trayecto

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Inapercibidos pasan para muchos… cada uno absorto en lo suyo.

Con los ojos bien fijos en cualquier libro, que de sólo verles devorar dan ganas de leer también.

Caras largas o redondas, marcadas por el paso de los años o por el de la almohada.

Ojeras de más o de menos, confiesan sin engaños los excesos de una noche, una vida o de una mala jugada de la genética.

Unos van deslizando ágilmente los dedos sobre sus pantallas, como si sus veloces movimientos les fueran a permitir llegar más rapidamente a su destino.

Otros llevan la mirada bien fija en algún punto, y cual monjes tibetanos, permanecen inmunes a las distracciones del mundo exterior.

Yo tengo bien identificados a los míos : El hombre de corbata y cabello sujeto en una cola de caballo; la mujer de grandes dimensiones vestida siempre con ropa deportiva; la dama mayor cuya pulcritud en el vestir, pese a toda condición climatológica, me deja perpleja.

Desconozco si en una urbe tan grande como ésta, sólo yo presto atención a mis compañeros de trayecto e imagino las historias que les acompañan.

Me pregunto si ellos me reconocerán a mi también. Probablemente no me he enterado aún y tal vez, sólo tal vez, en el bajo mundo del metro parisino ya se me conoce como «Madame au sac à dos rosé festif».

Observador camino,

@helenistica


3. The Pervert

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Tras recorrer Paris un día de verano cualquiera aprovechando la visita de mi hermana, el momento de regresar a casa ha llegado.

El calor extenuante y húmedo de la ciudad aumenta por debajo de la tierra, en las entrañas del #metroparisino. Fastidiadas de tanta gente y cansadas de caminar, decidimos tomar la Línea 4 en uno de los momentos pico del tráfico.

De pie en un vagón atiborrado de gente, mis reflejos automáticos siempre son: sujetar mi bolsa de manera firme, guardar el equilibrio y evitar que algún incauto me dé un pisotón.

Esta vez parecemos sardinas en lata, no hay necesidad de agarrarse de ningún lado pues todos vamos tan comprimidos que no existe la posibilidad de moverse. Durante momentos tan incómodos, viajando tan apretadas, con gente desconocida no queda más que esperar pacientemente, evadir los alientos, aguantar olores ajenos y dirigir una mirada perdida al techo o al piso.

De pronto, en medio trayecto de una estación a otra siento un  roce extraño en mi glúteo derecho, abrumada por la aglomeración no presto mucha atención y mi hermana que va a mi lado izquierdo permanece tranquila.

A la siguiente estación la  gente frente a nosotras desciende pero el vagón vuelve a llenarse y continuamos igual de apretadas. Antes de llegar a la siguiente parada vuelvo a sentir una vez más, pero con mayor intensidad ese incómodo roce en mi glúteo derecho. Me alarmo pues creo que se trata de un apretón, tal como si mi pompa fuera un melón al cual se le estuviera calculando el punto de madurez de manera táctil…

Mis sospechas se confirman al ver que un hombre que se encontraba detrás de nosotras desciende del vagón lanzándome una triunfante y lujuriosa sonrisa.

Yo, furiosa e impotente dentro del vagón, comienzo a murmurar insultos entre dientes para no alarmar a mi hermana. Ella -con su tono relajado habitual- y la mirada fija en las puertas que se acaban de cerrar, me lanza la siguiente pregunta: “¿Qué? ¿Te agarró una nalga verdad?” Yo, sin disimular mi asombro le respondo: “Sí, ¿Cómo supiste?” Su respuesta: “Porque a mí también”.

Meg

 

 


2. The Full Monty Parisino

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Perdida en mis pensamientos iba yo un viernes cualquiera en el transporte público de mi preferencia, “Soy totalmente Metro”, que ofrece los mejores espectáculos al viajero para amenizar su  trayecto… FALSO!. La verdad es que ya me tienen hasta el gorro los señores que se suben a tocar canciones tristes con violín, acordeón, etc. Al principio me fascinaba pero llega un momento en el que te hartas del: “Bésameee muuucho como si fuegra esta noshe la ugtima veeez”. En fín, mi selectivo cerebro es inmune a ritmos depresivos pero esta vez fue todo lo contrario, a mi vagón se subió un chavo que me hizo recordar la película “The Full Monty” porque no era muy agraciado, de hecho se veía “pachoncito” pero bailaba rap con unas ganas que la gente del vagón no tuvo más remedio que comenzar a aplaudir. Sin pensarlo dos veces, comencé a grabarlo con mi teléfono, él se dio cuenta, pero lejos de esconderse o portarse grosero dedicó unos pasos a mi cámara como si fuera yo alguien de MTV. Me puse roja como tomate y cuando su “asistenta” pasó a recoger la propina, sin pensarlo dos veces le di mi colaboración, lamento no haber traído más dinero pues la sonrisa que me sacó no tiene precio.

Meg


1. Mi primera vez

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Lo recuerdo bien, abordé el metro bajo un clima otoñal y portando un sweater naranja que podía ser todo menos discreto pues contrastaba de manera drástica con el color parisino por excelencia: negro. Era yo un puntito naranja en aquella masa negro-grisácea. Ahora que lo pienso debí haber sido algo así como una bofetada de color para las miradas poco habituadas, prometo que en mi próxima vida respetaré el código de vestimenta… Al entrar en el vagón, aquel olor me llegó directito a la naríz, era, sin bromear, como a «piecitos»; inmediatamente pregunté a mi acompañante, quien lleva tiempo viviendo en la ciudad de la luz, si percibía aquella delicada pestilencia, su respuesta fue: ¿cuál olor? En aquel momento me dije: “lo hemos perdido, su naríz se ha habituado”. Hoy, después de un rato de tomar el metro todos los días, lamento informar que yo también.

Meg


Crónicas del metro parisino

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No quiero perder nunca el asombro. Amo la capacidad de los niños pequeños para encontrar el lado maravilloso a las cosas simples.  Aquí mi anecdotario, meramente imprudente, del folklore en el transporte público por excelencia en ésta ciudad.

Para ustedes, sin censura, producto de mi ficción o mi realidad, las leyendas urbanas del metro parisino a través de los ojos de una nena: YO.

Meg