1. Mi primera vez

Lo recuerdo bien, abordé el metro bajo un clima otoñal y portando un sweater naranja que podía ser todo menos discreto pues contrastaba de manera drástica con el color parisino por excelencia: negro. Era yo un puntito naranja en aquella masa negro-grisácea. Ahora que lo pienso debí haber sido algo así como una bofetada de color para las miradas poco habituadas, prometo que en mi próxima vida respetaré el código de vestimenta… Al entrar en el vagón, aquel olor me llegó directito a la naríz, era, sin bromear, como a «piecitos»; inmediatamente pregunté a mi acompañante, quien lleva tiempo viviendo en la ciudad de la luz, si percibía aquella delicada pestilencia, su respuesta fue: ¿cuál olor? En aquel momento me dije: “lo hemos perdido, su naríz se ha habituado”. Hoy, después de un rato de tomar el metro todos los días, lamento informar que yo también.

Meg


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