¿Acaso soy una ñora?

Posted on

No sé si estoy pasando por una crisis de la edad o qué me sucede… lo cierto es que me encuentro en la veintena y a pesar de que no entré en pánico cuando cumplí los veinticinco hay algunos pensamientos que me asaltan de repente, cuestionándome la pertinencia de los roles que actualmente vivo versus la imagen de lo que se espera de mí o lo que los medios quieren vender al segmento de mujeres “de mi edad”.

Sucede que vivo entre dos tierras, es así. Aunque no de manera física formo parte de la sociedad mexicana. Al mismo tiempo, dada mi ubicación geográfica lucho por tener un lugar dentro de la sociedad francesa, enfrentándome así a una diferencia de costumbres entre el conservadurismo mexicano (latinoamericano) y la apertura europea (en general).

Poniéndolo más claro, cuando reviso mi timeline de Facebook, es fácil ver la diferencia entre mexicanos y franceses por el contenido de sus publicaciones. Mi timeline mexicano está lleno de fotos de bodas y ultrasonidos… en mi timeline europeo las bodas son escasas y, aunque se puede ver que hay parejas que se encuentran viviendo juntas, no es necesario que estén casadas. Tengo la ligera impresión de que las mujeres mexicanas adoptan una actitud diferente en cuanto se casan y eso me genera un poco de conflicto.

En toda sociedad, el hecho de firmar un contrato legal o religioso transforma automáticamente a la señorita en “señora” (Y aclaro que se trata específicamente de la mujer porque los hombres no pasan de señoritos a señores). Pero dentro del contexto mexicano este cambio es sumamente radical ya que da por hecho el cumplimiento de ciertas obligaciones domésticas, y expulsa inmediatamente a la fémina fuera del mercado, dicho de otra forma: posiciona a la mujer más cerca de la imagen de madre de familia que de la de objeto del deseo.

¿Cuáles son los factores que vuelven a una mujer “ñora”? ¿Por qué ser “ñora” puede relacionarse más con edad avanzada que con algo sexy? ¿Hay una edad para la “ñorez”? ¿Existirán acaso determinados hábitos que delatan a las “ñoras”?

Son estas reflexiones las que discutía recientemente con una de mis mejores amigas, la cual, a pesar de vivir sola desde la preparatoria ha reconocido desde siempre tener una personalidad algo «ñora». Dado que NO nos identificamos con esa imagen devaluada del término creo que es el momento justo de brindar un significado más apropiado y actual al concepto (y sus derivados), dejando de utilizarlo para restregar un estatus social, más propio de un género que de otro, o simplemente como calificativo despectivo.

Eres ñora desde que haces conciencia de que no puedes vivir de atún, de que la ropa que se acumula no se lavará sola, desde que te haces responsable de surtir tu despensa y administrar el dinero de manera que ningún comerciante (sea un supermercado o alguna institución bancaria) te vea la cara. Eres una ñora triunfante cuando superas la prueba de realizar ágilmente una labor desconocida, desde cocer una sopa, cambiar una llanta, planchar una prenda o destapar un desagüe. Eres una ñora hecha y derecha cuando no se te va una y te trabajan la mente y la intuición a la velocidad de la luz.

No, no hay edad para ser  ñora, se aprende, se desarrolla. Si me preguntan, no debería ser exclusivo del género femenino y en lugar de ser percibido como cero sexy debería ser considerado super hot (como sucede con los hombres hogareños, tan cotizados ellos ).

No hay que estereotipar, una ñora no necesariamente es fan del que-hacer doméstico pero sí sabe brindar soluciones. Independientemente de contar con la fortuna de tener gente que sepa resolverle a uno ciertas situaciones, el know-how de la ñorez debería ser incluido en algún manual de subsistencia para el cotidiano de la vida, quizás así se reduciría la cantidad de gente inútil (hombres y mujeres) que anda circulando por ahí.

El otro día comentaba con  mi madre el asombro ante los cambios producidos en mi persona durante estos tres años desde que dejé el hogar de mis padres, entre los cuales puedo mencionar: la destreza para desarrollar ciertas tareas domésticas, la mal pensadez agudeza mental, el decir las cosas de manera clara y sin tapujos,  el estar un paso adelante, el contar con la habilidad para atar cabos rápidamente, etc. totalmente desconcertada le dije a mi mamá: ¡Creo que estoy envejeciendo! Ella, con la serenidad que la caracteriza me respondió: “Hija mía, bienvenida al mundo de las mujeres observadoras”.

Meg

Sobre el mismo tema: Los diez mandamientos de la nueva ñora (2.0)

 



La muerte lenta – Martha Medeiros (extracto)

Posted on

Muere lentamente quien no cambia de ideas, ni cambia de discurso, quien evita las propias contradicciones.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos y las mismas compras en el supermercado. Quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo, no da algo a quien no conoce.

Continue reading »






3. The Pervert

Posted on

Tras recorrer Paris un día de verano cualquiera aprovechando la visita de mi hermana, el momento de regresar a casa ha llegado.

El calor extenuante y húmedo de la ciudad aumenta por debajo de la tierra, en las entrañas del #metroparisino. Fastidiadas de tanta gente y cansadas de caminar, decidimos tomar la Línea 4 en uno de los momentos pico del tráfico.

De pie en un vagón atiborrado de gente, mis reflejos automáticos siempre son: sujetar mi bolsa de manera firme, guardar el equilibrio y evitar que algún incauto me dé un pisotón.

Esta vez parecemos sardinas en lata, no hay necesidad de agarrarse de ningún lado pues todos vamos tan comprimidos que no existe la posibilidad de moverse. Durante momentos tan incómodos, viajando tan apretadas, con gente desconocida no queda más que esperar pacientemente, evadir los alientos, aguantar olores ajenos y dirigir una mirada perdida al techo o al piso.

De pronto, en medio trayecto de una estación a otra siento un  roce extraño en mi glúteo derecho, abrumada por la aglomeración no presto mucha atención y mi hermana que va a mi lado izquierdo permanece tranquila.

A la siguiente estación la  gente frente a nosotras desciende pero el vagón vuelve a llenarse y continuamos igual de apretadas. Antes de llegar a la siguiente parada vuelvo a sentir una vez más, pero con mayor intensidad ese incómodo roce en mi glúteo derecho. Me alarmo pues creo que se trata de un apretón, tal como si mi pompa fuera un melón al cual se le estuviera calculando el punto de madurez de manera táctil…

Mis sospechas se confirman al ver que un hombre que se encontraba detrás de nosotras desciende del vagón lanzándome una triunfante y lujuriosa sonrisa.

Yo, furiosa e impotente dentro del vagón, comienzo a murmurar insultos entre dientes para no alarmar a mi hermana. Ella -con su tono relajado habitual- y la mirada fija en las puertas que se acaban de cerrar, me lanza la siguiente pregunta: “¿Qué? ¿Te agarró una nalga verdad?” Yo, sin disimular mi asombro le respondo: “Sí, ¿Cómo supiste?” Su respuesta: “Porque a mí también”.

Meg