Un regalo inesperado

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Un día como cualquier otro me encontraba en mi curso de francés. La clase se llevó a cabo como siempre,  alegre y dinámica. El grupo de 12 estudiantes nos encontrábamos participando y tratando de articular lo mejor posible, las palabras y emociones que traemos en la cabeza y el corazón pero que, a veces no fluyen a la velocidad de nuestra lengua materna.

El tiempo terminó y antes de salir del salón, la maestra (que me había estado mirando fijamente en diferentes momentos de la clase) me entregó una hoja de papel, con mi rostro dibujado en ella, inmortalizando para mí ese momento que siempre me hará recordar con cariño esa, su clase de francés.

Merci beaucoup Mme. Oxana.

Mi maestra de francés



2. The Full Monty Parisino

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Perdida en mis pensamientos iba yo un viernes cualquiera en el transporte público de mi preferencia, “Soy totalmente Metro”, que ofrece los mejores espectáculos al viajero para amenizar su  trayecto… FALSO!. La verdad es que ya me tienen hasta el gorro los señores que se suben a tocar canciones tristes con violín, acordeón, etc. Al principio me fascinaba pero llega un momento en el que te hartas del: “Bésameee muuucho como si fuegra esta noshe la ugtima veeez”. En fín, mi selectivo cerebro es inmune a ritmos depresivos pero esta vez fue todo lo contrario, a mi vagón se subió un chavo que me hizo recordar la película “The Full Monty” porque no era muy agraciado, de hecho se veía “pachoncito” pero bailaba rap con unas ganas que la gente del vagón no tuvo más remedio que comenzar a aplaudir. Sin pensarlo dos veces, comencé a grabarlo con mi teléfono, él se dio cuenta, pero lejos de esconderse o portarse grosero dedicó unos pasos a mi cámara como si fuera yo alguien de MTV. Me puse roja como tomate y cuando su “asistenta” pasó a recoger la propina, sin pensarlo dos veces le di mi colaboración, lamento no haber traído más dinero pues la sonrisa que me sacó no tiene precio.

Meg


1. Mi primera vez

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Lo recuerdo bien, abordé el metro bajo un clima otoñal y portando un sweater naranja que podía ser todo menos discreto pues contrastaba de manera drástica con el color parisino por excelencia: negro. Era yo un puntito naranja en aquella masa negro-grisácea. Ahora que lo pienso debí haber sido algo así como una bofetada de color para las miradas poco habituadas, prometo que en mi próxima vida respetaré el código de vestimenta… Al entrar en el vagón, aquel olor me llegó directito a la naríz, era, sin bromear, como a «piecitos»; inmediatamente pregunté a mi acompañante, quien lleva tiempo viviendo en la ciudad de la luz, si percibía aquella delicada pestilencia, su respuesta fue: ¿cuál olor? En aquel momento me dije: “lo hemos perdido, su naríz se ha habituado”. Hoy, después de un rato de tomar el metro todos los días, lamento informar que yo también.

Meg


Crónicas del metro parisino

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No quiero perder nunca el asombro. Amo la capacidad de los niños pequeños para encontrar el lado maravilloso a las cosas simples.  Aquí mi anecdotario, meramente imprudente, del folklore en el transporte público por excelencia en ésta ciudad.

Para ustedes, sin censura, producto de mi ficción o mi realidad, las leyendas urbanas del metro parisino a través de los ojos de una nena: YO.

Meg


Primero otoño en París

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Los otoños parisinos son románticos, las hojas de los árboles pasan del verde intenso a diferentes tonalidades de amarillo, rojo y castaño antes de dejar las ramas de los árboles desnudas.

La temperatura comienza a tornarse más fría, se tiene la impresión de que los días se hacen más cortos debido a que comienza a oscurecer más temprano (alrededor de las 6 de la tarde), romance, melancolía y calor humano.

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