Inapercibidos pasan para muchos… cada uno absorto en lo suyo.
Con los ojos bien fijos en cualquier libro, que de sólo verles devorar dan ganas de leer también.
Caras largas o redondas, marcadas por el paso de los años o por el de la almohada.
Ojeras de más o de menos, confiesan sin engaños los excesos de una noche, una vida o de una mala jugada de la genética.
Unos van deslizando ágilmente los dedos sobre sus pantallas, como si sus veloces movimientos les fueran a permitir llegar más rapidamente a su destino.
Otros llevan la mirada bien fija en algún punto, y cual monjes tibetanos, permanecen inmunes a las distracciones del mundo exterior.
Yo tengo bien identificados a los míos : El hombre de corbata y cabello sujeto en una cola de caballo; la mujer de grandes dimensiones vestida siempre con ropa deportiva; la dama mayor cuya pulcritud en el vestir, pese a toda condición climatológica, me deja perpleja.
Desconozco si en una urbe tan grande como ésta, sólo yo presto atención a mis compañeros de trayecto e imagino las historias que les acompañan.
Me pregunto si ellos me reconocerán a mi también. Probablemente no me he enterado aún y tal vez, sólo tal vez, en el bajo mundo del metro parisino ya se me conoce como «Madame au sac à dos rosé festif».
Observador camino,
@helenistica