Regalos de vida

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Para celebrar mi entrada en la tercera década de vida pasé algún tiempo pensando en cuál sería el mejor regalo a hacerme a mí misma.

Soy algo romántica con la idea de inaugurar etapas 😛 Para mí, cerrar los veintes para dar paso a los treintas es un motivo digno de celebración y me puedo pasar el año entero festejando.

Aunque queden un montón de sueños por cumplir, y más vale que siempre los haya, me gusta pensar que he entrado en el tercer piso sintiéndome en mi mejor forma, física y mental (pese a todos los asuntos en curso de resolución :) ).

Creo he aprendido a aceptar y amar mi cuerpo tal cual es. No sabría decir si esto es gracias a la sabiduría que trae consigo la edad (si es que esto existe) o la madurez que me ha dejado el vivir lejos de México, de mi familia de origen y el rollo del entorno conocido. Lo cierto es que siento que, entre las vueltas que da la vida, he tenido espacio para conocerme mejor, cambiar hábitos y apreciar algunos de los detalles simples pero importantes que la conforman.

En este, mi año número 30, quería hacerme a mi misma un regalo simbólico que no hubiera recibido jamás.

Deseaba algo que me proporcionara cierta adrenalina, que me recordara siempre la juventud y la locura, que fuera significativo pero sin rayar en lo banal. De adolescente pensé alguna vez en lanzarme en paracaídas, después me pasó por la cabeza la idea de viajar a mi destino soñado o hacerme tatuaje…  pero nada de esto terminaba de convencerme.

Yo buscaba algo que no fuera fácil de tener y que no necesariamente pudiera comprarse con dinero.

Fue entonces cuando casi sin querer, vino instalándose poco a poco en la mente la idea de correr un 20km para celebrar la vida. Muchos pensarán que correr un 20km es un paso inevitable para alguien que lleva corriendo 4 años forzadamente regularmente, con distancias máximas de 10km pero no es así.

El running es una disciplina que cada quien decide llevar hasta donde le place. Y para alguien como yo, que como he compartido en ocasiones, pasó 25 años de su vida creyendo que tenía nulo talento para los deportes, quien detestaba sudar y realizar cualquier esfuerzo (y se asustaba al mínimo dolorcito que pudiera manifestarse en su cuerpo), para alguien así, el decidir correr 20km es algo que no solamente cuesta sino que también exige cierto compromiso.

A nivel running, los entrados en estos menesteres no me dejarán mentir que 20km es una distancia que se prepara. Quienes hemos hecho carreras de 5, 10 ó 15km sabemos lo que es ir avanzando durante una carrera y ver cómo se van quedando algunos en el camino.

Y no es que yo quisiera terminar la carrera en un tiempo record pero sí tenía bien claro que, salvo por alguna lesión durante el trayecto que me dejara tirada en el suelo, no me permitiría a mi misma caminar durante la carrera, no señor.

Aquellos que entrenan distancias superiores a los 10km sabrán que los 20km implican algo de resistencia, y que por lo cual conviene preparar poco a poco al cuerpo para el desgaste (plantas y dedos de los pies, rodillas, etc.). Una carrera de 20km implica saber administrar recursos como la energía y la hidratación. El running es un acto que requiere de escuchar al cuerpo, oh sí.

Yo no soy experta pero suelo decir a mis amigos y familiares que para mí, correr es parecido a conducir un auto estándar…

Es tanta la atención que se presta al cuerpo que este se convierte en un noble vehículo que va indicando por si mismo qué paso hay que llevar. Preparar un 20km implica escucharse a si mismo durante un rato, identificar los dolores, la sed, el cansancio, las bajas de glucosa para justamente evitar que lleguen durante la carrera, poniendo remedio antes de que se presenten.

Bueno, pues todo esto yo lo aprendí durante mi preparación de los 20km que correría para celebrar mis 30 años de vida, nada más y nada menos que en la ciudad de Paris.

Acompañada por Cookies, mi compañero de aventuras 😛 , pasamos gran parte del verano realizando carreras largas y otro poco de intervalos. Llevar una alimentación de calidad, un ritmo adecuado de sueño y el realizar otra actividad cardiovascular complementaria para fortalecer piernas y rodillas no está demás.

Los motivos de cada corredor son valiosos y muy personales, no importa cuales estos sean. Lo cierto es que estos deben ser lo suficientemente fuertes para hacernos cambiar la comodidad de las pantuflas por el movimiento de unos tenis saltarines…

Así que, con el paso de las semanas continuamos gustosamente los entrenamientos, cuidando prevenir cualquier lesión muscular (o mal paso) yo bastante ilusionada con la idea de regalarme esos 20km.

Sin embargo y como suele suceder con las historias que merecen la pena de ser contadas 😉 debido a un par de excesos… a una semana y media del gran día, agarré un bicho virus que el médico diagnosticó como faringitis. Con temperatura, dolores musculares y flemas de todos colores, tuve que pasar 5 días encerrada en mi casa sin salir ni a la panadería de enfrente, literal.

A una semana del 20km de Paris teníamos los 10kms de Nike Paris-Centre, una carrera que Cookies y yo llevamos 3 años corriendo de manera consecutiva y que sería el trámite preparatorio antes de los 20km. Anda la osa (¡!) … fue muy desmoralizante para mí tomar la decisión de no correr esos 10km :(

Sin embargo aprendí que para ganar una guerra es importante seleccionar cuidadosamente las batallas que se van a pelear.

En mi caso yo tenía que dejar pasar esta para poder estar en condiciones para el domingo siguiente. Con los ojos inflamados de llorar y creo debido al polvo (anécdota local), al día siguiente  de la carrera que no corrí, mis ojos amanecieron de un rojo vampiro que me duró como 4 días, más salada imposible :(

Y pues bien, pese a los nervios, las expectativas y a las pequeñas piedritas en el camino, que no hicieron otra cosa que darme más cuerda 😉 el domingo 11 de octubre de 2015 corrí mis primeros 20km contenta y hecha una fiera :) :) ). No por haberlo hecho en un tiempo récord (los hice en 2h06’17”) sino porque esta carrera me permitió descubrir mi lado salvaje, confirmar mi tenacidad y agradecer una vez más a mi cuerpo el llevarme por caminos que nunca hubiese podido imaginar.

¡Celebremos la vida!

@helenistica

20km de Paris - Fiera

20km_de_Paris - Echando lámina

2015-10-11 18.47.08

 


El primer paso es ponerse los tenis – Primera parte

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Nunca me he declarado deportista. Cuando era niña, en la escuela estaba lejos de distinguirme por ser una estrella del deporte. De hecho, recuerdo que cuando “las capitanas” formaban sus equipos yo era de las últimas en ser escogida, oh sí.

Las pelotas de básquet me provocaban pavor, eran demasiado duras para mis dedos y mi coordinación era nada acertada para encestar la bola.

Cuando se organizaban carreras de relevos, yo tenía la impresión de moverme en cámara lenta.

Pegarle a una pelota de voley me irritaba la parte interna de los brazos, aunado a que cerraba los ojos en el momento en el que la veía caer de los cielos.

Recuerdo que cuando llegaba el momento de la clase de deportes, la mayoría de las veces ésta se realizaba en el horario del medio día, bajo el sol ardiente de Torreón y un calor que llegaba a atravesar la suela de los zapatos.

A mi profesor de educación física (a quién por cierto recuerdo con mucho cariño) le fascinaba broncearse y a mí todo lo contrario, me desagradaba sudar. Sus entrenamientos rayaban en lo militar, las formaciones se hacían al ritmo de “La marcha de Zacatecas” y “Cadetes de la Naval” (aun me dan escalofríos si casualmente llego a escuchar alguna). Estos temas nada femeninos para una escuela de chicas y francamente pasados de moda particularmente para mí, una puberta que gustaba de Kabah, Fey, Backstreet Boys y las Spice Girls.

En fin, sin sufrir de problemas particulares de peso gracias a una alimentación casera sana, una complexión esbelta por herencia y las maravillas del “estirón” de la adolescencia, nunca tuve –necesidad- de hacer ejercicio. Me había auto-mentalizado a que yo no era buena en ello, que eso no era para mí, que yo era la de las buenas calificaciones, la del verbo.

Siempre relacioné el ejercicio físico con dolor y esfuerzo innecesarios. Durante la universidad llevé a cabo varios intentos de actividades físicas (aunque nada constante debo decir) por influencia de buenos amigos y por la presión social de “inscribirse al gym”.

Desde que vivo en Paris mi vida ha estado lejos de ser sedentaria, no cuento con coche y utilizo el transporte público todos los días. Para quienes no saben de lo que esto se trata, el #metroparisino es un laberinto de escaleras y largas caminatas para hacer conexiones. Esto me ha permitido mantenerme en forma aunque según la opinión de mi doctor: “Hacer ejercicio a base de subir escaleras y utilizar el transporte público es perfecto… para personas que tienen 70 años”,  algo faltaba en mi vida.

Hace dos años aproximadamente, haciendo una comparación entre el alto costo de una membresía en cualquier gimnasio parisino y los bellos parques públicos dedicados al esparcimiento, decidí comenzar a correr. Al principio de manera esporádica, sintiéndolo  como obligación y pensando sólo en terminar la “larga” vuelta de dos kilómetros que me había fijado como meta para cada entrenamiento. Llegué a correr sin llevar una técnica, sin calentamiento previo, sin música, sin estirar después de terminar, sin poner atención a mi respiración y ritmo cardiaco, pensando sólo en acabar con “el martirio de la corrida” para poder pasar a otra cosa en mi lista diaria de pendientes por hacer.

Hace dos meses todo cambió, Cookies me preguntó si quería inscribirme a la carrera “10k Paris Centre” de Nike. Su argumento para engancharme convencerme fue: “tienes hasta 3 horas para terminarla”. Debo confesar que en ese momento pensé: “Bueno, si el chiste es terminarla, pues aunque lo haga en 3 horas y caminando, es posible para mí”. Así que nos inscribimos, y nos embarcamos en una aventura de entrenamientos y preparación para ese tan anhelado 10k que terminó mejorando nuestro estilo de vida y transformando mi manera de ver y hacer ejercicio.

Continuará…

Meg