Bienvenid@ al club de los intolerantes

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Desde hace algún tiempo he llegado a la conclusión de que un mínimo de civilidad y organización son indispensables para poder vivir en cualquier sociedad. Se puede llegar incluso a comprender que existan circunstancias fuera del propio control y esto hasta aquí es aceptable pero, ¿qué pasa cuando sí se puede hacer algo al respecto? es decir, cuando se elije no conformarse y tomar el incómodo camino de la queja.

Y es que a los mexicanos no nos gusta quejarnos.

Podemos echar madres pestes pero a la hora de la verdad, es decir, cuando hay que hacer algo al respecto, simplemente solemos evadir. Quejarse es algo que no va con nuestra filosofía de vida “cool y buena onda”. Siendo honestos, hacerlo de la manera correcta requiere tiempo. Para bien o para mal, hasta terminamos encontrándole algo positivo a la situación, nos resignamos y continuamos.

Probablemente es un mecanismo de defensa para estresarnos menos y ser más felices… quién sabe.

Pero el caso es que hace tiempo yo ya no puedo evitar no sólo «ver el prietito en el arroz” sino hasta quejarme con la cocinera.

Cuando no recibo un servicio o producto por el cual pagué (primero trato de informarme según aplique) hago llegar mi queja con la persona adecuada hasta que se resuelve el problema. Esto puede sonar muy lindo pero la cosa es que uno termina volviéndose algo cuadrado y percibido como intolerante.

Así es, no tengo siquiera treinta años y a veces ando sintiéndome como la señora de los gatos: criticona, exigente y gruñona (con todo respeto para las damas de +70 que leen este blog). Cabe precisar que en ningún momento soy grosera eh, dejemos eso muy claro. Es sólo que uno cambia: se vuelve cuidados@ del propio tiempo y del de los demás, respetuos@ de su espacio y del de otros. A mí me gusta llamarlo civilidad, pero lo cierto es que si uno  no se controla puede ser asfixiante (para uno mismo), llegando incluso a no estar contento en ningún lado porque, siendo realistas, siempre habrá algo o alguien que no comparta los mismos estándares/valores que uno.

Decidí contarle estas ondas a una amiga que lleva tiempo viviendo por estos lares; ella me escuchó paciente, y cuando terminé de hablar, me dice: «¡Felicidades! después de 4 años en Francia algo se te tuvo que haber pegado… recuerda que aquí quejarse es deporte nacional»… dicho esto no supe si reir o llorar, no quiero que mi felicidad se escape en forma de quejas. Usted opine.

Senora-de-los-gatos

Lindo y feliz camino :)

Meg