Con un nudo [francés] en la garganta

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Desde muy pequeña, en la familia se me apodó “Susanita” en referencia a la parlanchina amiguita de Mafalda, aquel personaje de Quino que adora expresar –todo- a detalle.  Siempre gustosa de escribir y hablar en público, nunca fue problema compartir mis ideas o sentimientos, hasta que llegué a Francia…

Durante los dos años y medio que llevo por aquí, no ha habido un solo día en que no confirme que una de las necesidades básicas del ser humano es: comunicarse.

Yo llegué como muchos, aprendiendo a hablar como lo hace un niño, con cursos intensivos del idioma durante meses. Y sólo quienes viven (o han vivido) en un país cuya lengua les es desconocida saben la victoria personal que puede representar el ir a la tienda de la esquina y que te entiendan… aunque de pasada te lleves una mueca de desprecio de la dependienta que te mira como si fueras un bicho raro emitiendo sonidos guturales incomprensibles. Lógico, tienes apenas un tiempo viviendo en un segundo o tercer idioma mientras que en la Unión Europea el 44% de los habitantes solamente habla uno.

Y bueno, hay que tener paciencia y humildad con aquellos que creen que, por no hablar el idioma como ellos, tuvieras algún retraso mental o fueras estúpido. Francamente no sabes si te enfrentas a personas defendiendo celosamente su idioma o a racistas que piensan que eres uno más de los extranjeros que vienen a invadir su país  porque –según ellos- no hay oportunidades en el tuyo.

Y aguantas, aunque te tropieces una y otra vez, lo peor que puedes hacer es quedarte callado y aislarte. Conforme pasa el tiempo tratas de sacar la casta, tienes tu orgullo y ya no te conformas con que te entiendan sino que buscas mejorar, aspiras a perfeccionarte porque quieres ser tomado en serio, integrarte y poder comunicarte como lo hacías en tu lengua.

Y así estoy yo, después de cursos intensivos de francés, de trabajar en un restaurante para mejorar la pronunciación, pasados algunos meses de estudios de la maestría…  actualmente me encuentro haciendo prácticas profesionales y me siento como ARIEL, “La Sirenita”. Cada día es un desafío extenuante tratando de mostrar mis capacidades pese a no poder hablar… como yo quisiera.

Meg